Delineamos nuestras hojas avanzando con rapidez.
Una vez caída la primera gota de tinta sobre el papel no habrá forma de eliminarla. La iremos alargando y cada tramo quedará remarcado por los colores. Pasaremos la mano sobre ella, intentando borrarla, pero lo que haremos será extenderla más y más. Emborronaremos, mezclaremos pigmentos y texturas.
Levantaremos la vista y nos culparemos por no haber frenado esto antes, cuando sólo era una tímida gota sobre el papel. Probaremos a cubrirlo con tipex, una fina capa que nos ayudará a sobrellevarlo algunos días. Pero todo se resquebrajará y la veremos desprenderse a pedacitos, uno a uno, lentamente.
La herida volverá a la vista de todos, ahora más profunda. Y volveremos a maldecirnos. Puede que un grito escape y una lágrima aflore. Impotentes nos daremos a la fuga. Huiremos, pendientes de no tropezar y volver a caer. De nada sirve, es tan corta nuestra visión que no logramos ver el suelo y tropezamos y caemos. Rodamos unos cuantos metros. Conseguimos ponernos en pie, pero el proceso ha dado comienzo. Volveremos a correr y a caer, correr y caer...