-¿Duermes?
-Ya no
Había estado toda la noche observando aquel cuerpo que
dormía junto a ella. Observando cómo su respiración se aceleraba cuando parecía
tener una pesadilla y como ésta terminaba calmándose y se mecía entre las
sábanas y se esparcía por la cama. Le observó durante horas. El pelo negro,
apenas iluminado por la luz que entraba del patio. El contorno de sus ojos,
arrugado, como queriendo ocultarse de una tormenta bajo esa oscuridad. Le había
observado girar y aferrarse a su cuerpo. Escuchó los ronquidos que de vez en
cuando salían presurosos de sus labios y no pudo evitar sonreír al recordar sus
eternos debates.
-Roncas
-Eso no es cierto. Sólo tengo la respiración muy fuerte. En
cambio, tú si lo haces
-Lo sé, es algo que jamás he negado. Pero roncas, algún día
conseguiré la prueba
-Siempre dices lo mismo. Mientras tanto, sigo asegurando que
no ronco
Así todas las mañanas al despertar. Después, se miraban
fijamente y estallaba la risa. Qué absurdo les parecía todo.
Ahora se le venía esa escena que durante ocho meses la había
acompañado y comenzó a echarla de menos. En pocas horas recogería los últimos
estragos de vida que había dejado en esa habitación y se dispondría a tomar un
taxi rumbo al aeropuerto. Ocho horas de avión y todo quedaría atrás, arropado bajo
una gran manta. Sabía que este día llegaría pero por primera vez pudo palparlo
con sus dedos.