Las madrugadas la desvelaban desatando ejambres de abejas.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
martes, 6 de noviembre de 2012
extracto, segunda parte
Con la cabeza apoyada en la
pared, recordó la primera noche que durmieron juntos. Todo sobrevino de forma
rápida: unos cuantos besos, algunas copas de más y sexo desastroso, pero pareció ser suficiente para volver a
repetirlo al día siguiente. Para ella no
fue más que una forma de escapar de una vieja historia. Con los días, empezó a
ver lo que tras él se ocultaba: su tristeza, su necesidad, y se fue introduciendo
cada vez más en su universo, tanto que terminó siendo parte del suyo propio.
Los días, los meses y, ese encuentro de una noche, se convirtió en un refugio
para ambos. Una historia que construir desde cero.
Todas las noches, desde este
nuevo destino que le era desconocido y aterrador, buscaba entre los recuerdos aquello
que dejó lejos. Todas las noches, envuelta entre las sábanas, buscaba el aroma
de ese amor entre las ropas. Le reconfortaba sentir que al otro lado, una
persona le dedicaba un -buenas noches-
y la recordaba tal cómo era: sin discusiones, sin miedos.
Paseando por las nuevas calles de
su hogar recordó cada una de sus pequeñas historias. Las podía palpar pero eran
arena, y se escapaban de entre sus manos. Recordó las mañanas de fines de
semana, mañanas en las que los dos no tenían ninguna prisa por saludar al día.
Reían. Recordó la sonrisa con la que
cada día la despertaba y esa mirada cálida que le decía –no te preocupes, nos queda mucho amanecer-. Recordó las tardes de domingo,
las disputas interminables a través de lo virtual de los videojuegos. Cómo se
picaban. Habían convertido esa habitación del bajo B en su propio paraíso. Pero
también recordó la nube negra que se posó sobre ellos cuando se acercaba la
despedida. El miedo les volvió indefensos, les volvió inseguros, caprichosos.
El miedo a lo desconocido les fue distanciando. Ella, una niña en cuerpo de
adulta sufría en silencio por el camino que iba a iniciar. Él, perdido en su
propia espiral, no sabía qué camino debía tomar. Así fueron pasando sus últimos
días. Los gritos y reproches transformaron las risas pero ellos continuaban
intentando levantar una torre que ya había caído y que, ahora mismo, no podía
reconstruirse.
Las despedidas nunca fueron
fáciles pero había llegado la hora de reparar sus mundos, el uno sin el
otro. La ciudad que les cuidó durante meses quedó atrás. Un último beso, un
gesto con la mano y el tren se puso en marcha llevándose con él aquello que por
primera vez le valía la pena. Ahora nada de esto existía. Ya no había nadie
dedicándole ese buenas noches. Ya no había esa sonrisa al despertar. Ya no
había mirada. Y lo echó de menos cada noche.
sábado, 3 de noviembre de 2012
Qué suerte tengo
Está en el sofá, recogida,
hecha un ovillo. Habla
con su madre por teléfono.
Se ríe. Luego arruga un poco
el ceño. Esas cosas.
Yo, simplemente la miro,
tiene luz, alma, vida,
me gusta verla, escuchar
su voz. A veces, no
puedo evitar decírmelo:
Qué suerte tienes, cabrón.
Karmelo Iribarren
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