jueves, 21 de octubre de 2010

Un ratito más

Se acababa de despertar algo mareada. Debían ser las diez de la mañana por los ruidos que entraban al galope por la ventana.
Incapaz de incorporar un sólo músculo había girado sobre su propio eje y, haciendo un ovillo con su cuerpo, se acurrucó de nuevo. Un ratito más se decía para sí misma, sólo un ratito más.
Hacía varias horas que debería estar en la facultad con sus leyes y sus relaciones, con algún que otro político y su cargo, pero la noche anterior había sido demasiado frenética como para pensar en eso en este momento.
Envuelta por completo en el calor de la cama, intentó repasar una a una las copas que habían caído entre sus ansiosas manos. Logró recordar hasta la quinta, a partir de ahí todo era un océano etílico recubierto por un espeso humo y un rastro de colillas.
La cabeza le iba a estallar. La sentía palpitar como varios huevos uniformados a punto de eclosionar. Los ruidos externos se entremezclaron con los retazos dispersos de las conversaciones de anoche.
Incapaz de volver a cerrar los ojos, se incorporó y se encaminó hacia el espejo que tenía sobre la mesilla. Sus ojos eran un oscuro cristal vidrioso. Sus mejillas habían dejado de ser blancas y se habían tornado amarillentas. Frente al espejo estiraba y relajaba su cara. A través de él, pudo ver en el suelo los estragos del frenesí nocturno. Su ropa, esparcida anárquicamente por la habitación. El bolso en lo alto del escritorio había dejado caer su cartera y el tabaco.
Se dio la vuelta y se encongió de hombros. Bah, más tarde lo recogería. Dubitativa, miró en dirección a la cama, pues tenía varias reuniones pendientes y varios proyectos que finalizar. Un ratito más volvió a pensar, sólo un ratito más, sus deberes podían esperar. Se recostó de nuevo sobre ella, tiró de la manta y cerró sus ojos.

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